miércoles, 23 de diciembre de 2009

El cine

Al final siempre, cuando todo lo demás fallaba, terminaba acudiendo a una sala de cine. Y allí conseguía desaparecer durante un par de horas. El cine es lo que tiene, te permite desaparecer. La oscuridad de la sala te absorbe y despiertas en un mundo lejano, lleno de gente nueva, que a veces te divierte, a veces te emociona, y a veces hasta te trae consuelo.
Todo esto, que yo pongo aquí como si se me acabara de ocurrir a mí, en realidad ya no los contó maravillosamente Woody Allen al final de "La rosa púrpura del Cairo", a través de la mirada fascinada de una Cecilia hundida que, viendo cantar "Cheek to Cheek" a Fred Astaire, dejaba atrás durante un instante que parecía que hubiera podido durar para siempre su vida tan llena de desesperanzas. Supongo que es esa cualidad que tiene el cine, que tienen las historias, lo que me hace pensar que éstas realmente tienen un valor. Puede que esté equivocado, claro. Puede que lo que me pase sea que me encuentre poseído por alguna clase extraña de agradecimiento idiota. Al fin y al cabo a lo largo del tiempo me acostumbré a la idea de que con el cine siempre podía contar. Y así fue como aprendí a amarlo.







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