miércoles, 23 de diciembre de 2009

El cine

Al final siempre, cuando todo lo demás fallaba, terminaba acudiendo a una sala de cine. Y allí conseguía desaparecer durante un par de horas. El cine es lo que tiene, te permite desaparecer. La oscuridad de la sala te absorbe y despiertas en un mundo lejano, lleno de gente nueva, que a veces te divierte, a veces te emociona, y a veces hasta te trae consuelo.
Todo esto, que yo pongo aquí como si se me acabara de ocurrir a mí, en realidad ya no los contó maravillosamente Woody Allen al final de "La rosa púrpura del Cairo", a través de la mirada fascinada de una Cecilia hundida que, viendo cantar "Cheek to Cheek" a Fred Astaire, dejaba atrás durante un instante que parecía que hubiera podido durar para siempre su vida tan llena de desesperanzas. Supongo que es esa cualidad que tiene el cine, que tienen las historias, lo que me hace pensar que éstas realmente tienen un valor. Puede que esté equivocado, claro. Puede que lo que me pase sea que me encuentre poseído por alguna clase extraña de agradecimiento idiota. Al fin y al cabo a lo largo del tiempo me acostumbré a la idea de que con el cine siempre podía contar. Y así fue como aprendí a amarlo.







lunes, 14 de diciembre de 2009

El jardín de las Delicias

Puedo contar ya unas cuantas mochilas entre nosotros, rumbo hacia Oleniok. Entre sus portadores resulta muy reconfortante la presencia de los leales -es un alivio ver cómo los que ya llevan andados contigo otros caminos y otras peleas, no se han cansado aún de estar ahí-, pero también la de caras que hasta ahora no me resultaban conocidas y que han aparecido de pronto, en medio del bosque, dispuestos a empujarnos con su aliento hasta la última parada de nuestro extraño viaje.
Cada vez que giro la cabeza y veo a alguien nuevo entre nosotros mis piernas, algo entumecidas a veces de tanto caminar, pierden peso, recuperan brío, avanzan más veloces. Es al verlos cuando, como un Fabe cualquiera, recupero íntegra la fe, me vuelvo a convencer de que Oleniok está al final del camino, esperando paciente tras el grueso manto de niebla, si es que somos capaces de manetener la constancia suficiente como para no cejar.
Déjenme hablarles, de entre todos ellos, de una persona en particular: una mujer, de nombre Delicias -sí, como el jardín, o también como un restaurante de carretera en el viejo Castillejo de la Mancha al que sus padres le dieron el mismo nombre hace ya sesenta y tres años-. La vida nos llevó a Deli y a mí al mismo punto hace tres años y con el tiempo nos hemos hecho amigos. A dos años de su jubilación, a dos años de liberarse de todas sus deudas, a dos años de alcanzar una tranquilidad por la que ha trabajado a lo largo de toda su vida, hace poco me enseñaba con cara de infante traviesa, como la del niño que disfruta de su culpabilidad al pensar que ha hecho algo que no debía, una camisa que se había comprado por el prohibitivo precio -al menos para ella- de 12 €... Por supuesto, ya sé que ahora mismo ustedes ya ven venir el final de esta historia, pero no sean malvados, déjenme contarla, déjenme quedarme a gusto.
Decía que Deli y yo con el tiempo nos hemos hecho amigos. Pero eso no es mérito mío, sino suyo. No es difícil hacerse amigo de Deli. Es una bendición para la autoestima de cualquier persona, pues tiende a ver las virtudes ajenas multiplicadas por diez, o por veinte, o por mil. De hecho si las cosas que ella piensa de mí fueran ciertas, yo ya debería ser millonario, y haberme acostado con el casting completo de "Los vigilantes de la playa" y otras series de nivel estético similar. Recuerdo una vez que, para mejor orientar mi carrera profesional, me sugirió que llamara a Antonio Banderas para que me pusiera en contacto con Steven Spielberg, ya que, al fin y al cabo, todos éramos colegas, y, oye, ni uno ni otro tendría inconveniente en atenderme como yo me merecía. Obviamente, si no podía localizar a Antonio Banderas, me aconsejó que llamara a su madre, que vivía ahí al lado, en Málaga, y que seguro que era una señora muy sencilla que estaría encantada de poner en contacto a su hijo con un servidor.
Supongo que fue debido a estos antecedentes que me sorprendió cuando el día qué le conté de qué trataba "Fabe y Verno", con sus palizas, su perro muerto, su descuartizamiento e ingesta posterior incluídas... me mirara indignada: "¡Pero eso es una porquería! ¡Tú no puedes hacer algo así! ¡No la va a ir a ver nadie! ¡Con lo que tú vales cómo vas a hacer eso! " Y desde entonces me pone cara de asco cuando le cuento algún detalle de la historia.
Este fin de semana pasado me puso 20 € sobre el mostrador del pequeño almacén del bar en el que trabajamos juntos para que lo gastara en el corto... A mí me agrada suponer que la gente que decide colaborar en el proyecto es porque le gusta, porque cree en él, porque quiere ver el resultado final en una pantalla, como ya he dicho en más de una ocasión. De esa forma me contento pensando que sí que puedo ofrecer algo a cambio a la persona que me brinda su apoyo: la historia terminada. Pero está claro que ése no es el caso de Deli. Lo que ella hizo fue darme un dinero que no le sobra por cariño.
En fin, entiendo que a todos ustedes esto les pueda parecer una tontería. Pero entiendan también que yo cogiera el billete del mostrador con mucho cuidado, como si me hubiera poseído el absurdo pensamiento de que cualquier movimiento brusco iba tal vez a romperlo... y que no pudiera evitar quedarme ahí como un pasmarote, contemplándolo unos segundos en mi mano, antes de doblarlo por la mitad, lenta y respetuosamente, para guardarlo en el bolsillo.

jueves, 19 de noviembre de 2009

El largo viaje a Oleniok

Oleniok. El lugar donde nos espera una sopa caliente. Donde nos esperan unas mantas, un techo, un fuego encendido por unas manos amigas... El lugar donde brillan las estrellas cada noche sobre un cielo despejado de nubes y de malos recuerdos. A Oleniok se va a conseguir recuerdos nuevos, recuerdos felices, a reír, a brincar, a jugar, a vivir tranquilo, a estar en paz...
Fabe y Verno llevan tres años buscando ese lugar. Tres años de camino en los que Oleniok se les difumina en el horizonte como una sombra que apenas atinan a vislumbar. Quizá ellos, esperando ver aparecer su silueta a cada instante, se extrañen, quizá no comprendan... pues desde su posición no consiguen darse cuenta de que lamentablemente su historia es la historia de aquellos que nunca consiguen llegar a Oleniok.
¿Y qué hay de mí? ¿Qué hay de nosotros? Al igual que Fabe y Verno yo, como director de este proyecto, llevo casi tres años buscando mi Oleniok particular: la palabra fin impresionada en una pantalla que me traiga esa sensación de paz que da el trabajo cuando está bien hecho y terminado. A diferencia de Fabe yo he tenido la suerte de contar con un grupo de personas que, no sé si encomendándose a Dios o al diablo, se han echado sus mochilas a la espalda para caminar hacia Oleniok conmigo. Son los integrantes del equipo de "Fabe y Verno", desde aquellos que han estado en la línea de salida -gracias David Ambit, Silvia Ballesteros, Lucía Benito, Roberto Butragueño, Jose Fresnadillo- hasta nuestras más recientes y estimulantes incorporaciones -Nacho Carballo, Víctor Tejedor, Antonio Hernández...-. Sin embargo después de casi tres años de trabajo la pregunta sigue siendo la misma... ¿Cuál será nuestra historia? ¿La de aquellos que consiguen llegar a Oleniok o la de los que no? Una buena parte de la respuesta a esa pregunta está en vuestras manos.
Así pues a todos aquellos que decidáis poneros vuestra mochila al hombro y caminar hacia Oleniok con nosotros, muchas gracias y sed bienvenidos.