Ayer llegué del festival "No sólo para cortos", a donde fui para recoger los premios de la Sonata. Todo bien, agradable como suele, con nervios en la recogida -por tener que decir unas palabras-, relajación en el picoteo de después... Y agradecimiento, claro, por los ánimos que estas cosas te dan no sólo ahora sino sobre todo cuando lleguen los momentos peores en los que pensaré que lo mejor que puedo hacer es dedicarme a la "contaduría pública", como decía un buen amigo.
Del viaje lo que más llamó mi atención fue la visita al Can Mas Déu. La organizadora del festival, Visi, nos llevó a comer allí. ¿Que qué es el Can Mas Déu? Pues es una casa del siglo XVII, grande rodeada por terrenos boscosos, en los límites de Barcelona. Allí vive el Peix, con el que compartimos comida, sobremesa y copas después de la cena. Junto a él, viven también otras 24 personas en la casa, todos okupas, que han hecho del lugar un sitio muy particular.
Cuando la policía los quiso echar, hace seis años, resistieron, y al final fueron los propios vecinos del barrio los que les dieron cobertura y apoyo -entre otras cosas, se pretendía impedir que el verde de los árboles de la zona se sustituyera por cemento para médicos ávidos de casas lujosas-. Los okupas sacaron el azadon, araron la tierra. Decidieron comer de lo que plantaban en sus huertos y beber del agua de la lluvia. Decidieron usar cosas que otros tiraban. Se acercaron al barrio. Les abrieron las puertas de su casa okupada con, entre otras cosas, una gran comida vegetariana para todo aquel que quisiera acudir -y acuden a veces hasta doscientos- cada domingo. Empezaron a realizar toda clase de actividades para los más jóvenes, como por ejemplo la construcción de bicicletas con pedazos de otras bicicletas, ya muertas -llegué a ver en una de las habitaciones una pared totalmente forrada de bicicletas-. Tenían una barbacoa de energía solar, una lavadora que funcionaba a pedaleos, construían en el exterior una caseta de paja -creo que sólo para ver cómo era eso de la paja como material de construcción-. Tenían salones acogedores, con libros y sillones, un montón de sillones colocados en círculo, preparados para recibir cualquier tipo de reunión, y hasta un piano -rescatado del olvido- que a veces hasta se tocaba.
En definitiva, parecían vivir en el borde mismo de la utopía... Y a mí me dio por preguntarme: Quién sabe cómo les irá en ese empeño, quién sabe las dificultades, los esfuerzos, los sinsabores o las angustias que se pueden ocultar tras esa apariencia de armonía, de paraíso perdido. Quién sabe qué miedos tienen, o a quiénes lloran. Quién sabe si no habrá alguno que no piense todo el tiempo en otra cosa más que en largarse... Quién sabe en definitiva, el precio que habrán pagado por perseguir su utopía. Y me respondí que fuera cual fuera seguramente habría valido la pena. Por haberse atrevido al menos a recorrer el camino.
Curioso sitio este Can Mas Déu. La casa de Dios.
Por cierto, entre las actividades que realizaban había una que se llamaba "Bricolaje sexual", que consistía en hacerse, señora, un vibrador propio con materiales reciclados.
martes, 23 de marzo de 2010
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